3.4.07

Dibujo en el vidrio


Como si fuera parte obligada del paisaje o estuviera dibujada en el vidrio de la ventana ella está ahí como siempre, sentada en su sillón de mimbre, sin mecerse, si al menos se meciese, de a ratos aunque sea.

Ahí está, casi no duerme, ni come, ni se baña, siempre ahí en el vidrio, obligándome a verla. Con sus ojos clavados hacia el frente y esa mueca vacía en sus arrugas apiladas. En la pared izquierda tiene esa inmensa biblioteca, las hojas de los libros deben haberse pegado unas con otras de tanto estar cerrados, y el tubo del teléfono que colocó hace más de cuarenta años en un rincón junto al florero, debe estar adherido al aparato de tanto no ser usado. Su mente se ve inservible como un pote de crema vacío, ni siquiera recuerdos, tiene tantos años, tantas noches, tantos días acumulados que la memoria se le debe haber herrumbrado hasta convertirse en masa amorfa para luego caer derrumbada. ¿Para qué sigue allí?

Si al menos rezara, a cualquier Dios pero que elevara alguna oración, por lo menos tendría un motivo, una esperanza, haría un movimiento con sus manos al juntarlas, o giraría el iris gastado de sus ojos para mirar al cielo.

Desde hace un tiempo me molesta bastante más esa estatua de carne clavada en el vidrio de la ventana.

Un día, hace poco, su teléfono intentó emitir algún sonido, yo pensé amenazarla de muerte, tal vez así reaccionaría, comenzaría a temblar, cambiaría la expresión de piedra de su cara. Pero no pude hacerlo.

No, no era buena idea, quizás hacerla levantar del sillón le renovara algunas fuerzas, o el escuchar una voz le ofreciera ilusiones de matar su soledad y entonces podría prolongar por muchos años más su monótono dibujo en el vidrio.

Es necesario llevar a cabo un plan añejo que fui armando minuciosamente y repasando día a día para no perder detalle, sólo tendría que esperar una pequeña distracción suya para tomar el cuchillo filoso, ese que me compré en el 51 cuando salí por última vez para ir de vacaciones, luego debería cruzar, ella probablemente no me vería, pero si lo hiciera no podría imaginar jamás que yo entraría en su casa, y mucho menos por la puertita de atrás. El único problema es que no logro recordar donde guardé el cuchillo, creo que lo escondí en la biblioteca, detrás del teléfono, desde acá no logro verlo.

¡Oh! Me descuidé y ella no está más allí. Pero ya volverá, volverá y se colocará de piedra otra vez en la ventana. Este es el momento de distracción que yo esperaba, debo ir ahora a buscar el cuchillo.

¡Ay! ¡Cómo duelen las piernas! Un paso. Dos ¡Qué dolor! Otro paso. No lo veo. ¿Y ese ruido? ¿Es la puertita de atrás?
Pero, ¿quién podría entrar acá?